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Cultura y Academia

Los migrantes que redibujaron a Santa Ana y a El Salvador

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En 1889, reunidos en Santa Ana, León Dreyfus, el doctor Emilio Álvarez y Benjamín Bloom fundaron uno de los primeros bancos del país: Banco Occidental.

Alrededor de 1870, la bonanza cafetera salvadoreña tuvo su epicentro en la ciudad de Santa Ana, cuyo tejido comercial y social se hilaba muchas veces con las manos de migrantes venidos de todo el mundo. Este fue el caso de Bernardo Haas, quien en 1868 partió de su natal Francia rumbo a California a bordo de un barco que tuvo desperfectos mecánicos y quedó varado durante varias semanas en el puerto salvadoreño de Acajutla.

En este percance Bernardo Hass descubrió la oportunidad de radicarse en la floreciente Santa Ana. Para ello vendió sus joyas y forjó el almacén más grande y surtido de la ciudad: Haas & Sobrinos. Justamente, con ayuda de sus sobrinos, Lázaro y Julián Dreyfus, multiplicaron los almacenes en San Salvador, Metapán, Ahuachapán y Chalchuapa. Bernardo Hass es considerado el primer judío en emigrar a El Salvador. 

Almacén del francés Bernardo Haas, quien podría ser el personaje que posa frente al acceso principal. Imagen publicada en 1893, dentro del libro Salvador Illustrated de Marie Robinson Wright.

Almacén del francés Bernardo Haas, quien podría ser el personaje que posa frente al acceso principal. Imagen publicada en 1893 en el libro Salvador Illustrated de Marie Robinson Wright.

A principios del siglo XX, otro francés, Pierre Geoffroy Dubois, se afincó en Santa Ana para trabajar en el El Molino, en aquella época era el beneficio cafetero más grande y moderno de Santa Ana y el país. Más tarde, su hijo, Pedro Geoffroy Rivas, cobraría fama como antropólogo y  lingüista.

De Francia también vinieron los Brecoup, además del general Henry Bará, quien participó en 1885 en la batalla de Chalchuapa contra las fuerzas del presidente guatemalteco Justo Rufino Barrios, posteriormente se dedicó a enseñar la lengua francesa en el Colegio de Santa Ana, que por aquellos días era exclusivo para varones. 

Otra familia de origen francés, exactamente de El Rosellón, fue la familia Matheu, que radicó en San Miguel y Santa Ana. Tal fue el caso de Pedro Matheu y Montalvo, nacido en Santa Ana en 1900 y formado posteriormente como pintor impresionista en Europa, en la Francia de Monet y Gauguin.

En el ocaso del siglo XIX, hubo otro judío-europeo que cambió a California por Santa Ana: León Liebes, quien viajó desde Alemania a Estados Unidos para encontrarse con su cuñado Mauricio Goldtree en San Francisco. 

Fue Goldtree quien lo alentó a buscar en Latinoamérica una ciudad donde establecer un negocio. Y fue así cómo exploró Guatemala. Más tarde, quizás atraído por otras historias de prosperidad, dio un salto a la vecina Santa Ana. En 1888, gracias al apoyo económico de su cuñado, abre «Goldtree Liebes», una importadora y exportadora de productos salvadoreños: añil, café, bálsamo, miel y hasta cuernos de venado.  

 


Fábrica de china Aepli & Gross. Imagen publicada por la revista El Porvenir de Centro América, septiembre de 1896. Se ubicaba al norte de la ciudad.

 

Muchos de los emigrados impulsaron también la industrialización de Santa Ana. Por ejemplo, alrededor de 1895, el suizo Guillermo Aepli y el alemán Rodolfo Gross fundaron una de las industrias más grandes de Santa Ana y del país: Aepli & Gross, «una fábrica de china», es decir, de loza blanca, pisos coloreados, ollas, azucareras, platos, cacerolas y mucho más. Esta se hallaba en las afueras de Santa Ana, junto al río Las Lajas, cuyo caudal hacía girar una rueda Pelton, que con una fuerza de 80 caballos activaba una maquinaria que se sumaba a la labor de un puñado de mujeres venidas desde diferentes puntos del país. Actualmente, de la China solo queda una calle.

En 1885, otro alemán, Carlos Pinagel, fundó la fábrica de licores y gaseosas La Favorita, aprovechando las aguas termales de El Zapote, Ahuachapán. Estas eran saborizadas con frutas tropicales y extractos. Su «agua mineral de El Salvador» era muy famosa.  

Otra influyente familia de origen alemán fueron los Mathies, cuyo precursor fue Cuno Georg Rudolf Mathies, quien se habría domiciliado en Santa Ana hacia 1870. Fue caficultor y accionista de la compañía del mercado de Santa Ana en 1888. Con tantos alemanes en la ciudad, hubo necesidad de un cónsul, algo que el Imperio Alemán articuló a través de Albert Wolfgang Augspurg, quién también tenía su propia casa comercial en Santa Ana y Ahuachapán. Más tarde, en la capital, fue gerente de los bancos London Bank, Banco Agrícola, Comercial y Salvadoreño.  

Hubo también un cónsul de España en la figura del acaudalado andaluz Emilio Belismelis, quien desde 1868 regentaba en Santa Ana su propio negocio de importaciones y exportaciones. Sin olvidar al cubano-español Aurelio Fuertes y Arrastía, quien fue alcalde y además se le atribuye el diseño y construcción de la actual catedral de Santa Ana. 

La gastronomía también fue influenciada por esta migración. Se dice que toda la repostería popular salvadoreña que lleva hojaldre y turrón, como las milhojas, se supone que hunde su origen hasta la década de 1920, cuando dos españoles, Julio Chavarri y Ángel Díaz, abrieron su bar y confitería Florida, en el costado sur del Palacio Municipal. Sus empleados santanecos aprendieron a hacer repostería y más tarde abrieron sus propias pastelerías, repitiendo las hilhojas por toda Santa Ana y El Salvador.

Alrededor de 1890, James Hill, un joven inglés, enriquece el ambiente cosmopolita santaneco al establecer su propia sastrería. Ya en 1894, contrae matrimonio con una adinerada joven local, Dolores Bernal Nájera. Poco después, se dedicó a renovar sus plantíos, de tipo arábigo, por uno más rendidor y novedoso, el Borbón. 

Hubo otros migrantes angloparlantes como el comerciante estadounidense Emilio Altschul y el banquero californiano Benjamín Bloom, quien desde muy joven vivió en Santa Ana, luego de que lo llevará allí un tío. Amasó fortuna gracias a la venta de armas a facciones revolucionarias en Colombia, además de la banca.  De hecho,  en 1889, el francés León Dreyfus, el colombiano Emilio Álvarez y Benjamín Bloom fundaron uno de los primeros bancos del país: Banco Occidental. Fue tan potente que tuvo sucursales en buena parte del país y la facultad de emitir su propio papel moneda. Uno de sus billetes, el de 50 pesos, exhibe al puerto de Acajutla a la sombra del Izalco y al edificio afrancesado de su sede en Santa Ana, que también sirvió al almacén Haas. 

Santa Ana también tuvo migración venida del Mundo Árabe. Durante la Primera Guerra Mundial —entre 1914 y 1918—, Palestina quedó bajo dominio de turcos-otomanos. Y como muchos jóvenes, cuatro hermanos de apellido Saade eligieron echar raíces en El Salvador para evitar el reclutamiento forzado. Uno de ellos, Gabriel, radicó en Santa Ana, donde abrió su propio almacén, La Palestina.

Como otras familias palestinas, los Khader decidieron radicarse en Santa Ana.

Por esa misma época, arribaron otras familias cristiano-palestinas, los Babún, los Hasbún, los Afane, los Cáder y otros. Sobresalieron los almacenes Salume y Casa Babún.

De la familia Salume se dice que los hermanos Nicolás y Adolfo inauguraron en 1952 el primer supermercado de Santa Ana y del país: Súper Salume. Más tarde, en San Salvador, se dedicaron a distribuir mercaderías y  multiplicar restaurantes de comida rápida como Mister Donuts, Biggest y Nash.

Además de palestinos, vinieron chinos. De acuerdo a Rodolfo Chang Peña, autor del libro «Migración China en El Salvador, 1868-1968», Santa Ana y Ahuachapán tuvieron la comunidad china más numerosa del país después de la capitalina. 

Leonel Lam, Ernesto Shi, Macario Lau, Napoleón Quan, Chang Pak Han, José Chon Him, José Díaz Mármol y muchos más establecieron negocios, sobre todo mercerías. 

También vinieron italianos. Alrededor de 1878, destacó Fortunato Tadey, quien había sido el primer médico del hospital tecleño de San Rafael. En Santa Ana, se dedicó a prevenir enfermedades, a escribir el boletín municipal y a realizar mediciones atmosféricas.

Los negocios de variedades italianas fueron muy famosos, sobre todo los de Dorindo Nosiglia y de Ruffatti Lanzarotti. Ambos también se dedicaron al café.   

Simultáneamente, «por esos años viene a Santa Ana una abundante migración de italianos pobres, que según parece habían sido contratados para colonizar algunos territorios de Guatemala y que llegados allá encontraron algunas dificultades. Los que no se quedaron trabajando en el Puerto de San José optaron por venir a El Salvador, viaje que tuvieron que efectuar a pie», aseguró en vida el escritor santaneco Juan Galdámez Armas. 

Algunos de los que vinieron fueron: Carlos Gueretta, Scapin, Munaros, Ángel Pazzuelo y Antonio Tronconi. Algunos se dedicaron a tocar melodías en organillos de manivela en plazas y calles, hasta que otro italiano, Luis Brami, vino con otra novedad: un piano mecánico que, como un calíope, era montado en un vagón jalado por caballos. 

Entre tanto, en 1880, vino otro músico italiano, uno formado en el Conservatorio Napolitano: Giovanni Aberle, mejor conocido como Juan Aberle. Había sido contratado para dirigir, durante dos períodos, a la banda militar de Santa Ana. Lo acompañaba su esposa —Tula Pérez Cáceres— y la fama de haber musicalizado al himno nacional que escribió el migueleño Juan José Cañas. En esta ciudad puso en práctica sus dotes de compositor al crear la Marcha Morazán, la cual fue declarada marcha nacional en 1882.

Paquito Palaviccini Sandoval, el famoso músico santaneco, quien construyó una identidad salvadoreña a través composiciones como “Adentro Cojutepeque”, “El Carnaval en San Miguel” o “Santa Ana mía”, fue uno de los primeros hijos de aquella migración italiana. 

Hacia 1890, Carlos Liberti fungía como cónsul de Italia en esta ciudad. Además, Santa Ana fue la única población salvadoreña con un cónsul de Suecia y Noruega, Friedrich Boeckler. 

Poco después, en 1897, vino para quedarse el holandés Pieter Joseph Kessels, quien tomó la batuta de la banda militar santaneca, que desde 1894 había sido dirigida por el músico cubano José Mauri. Con Kessels, la banda local rivalizó en calidad con la de los Altos Poderes de San Salvador. 

Sudamérica también estuvo presente en Santa Ana. De hecho, contó con un consulado chileno encabezado por Antonio Agacio, quien se había casado con la guatemalteca Carlota Batres. Al igual que este último, Manuel José Barreiro, un diplomático ecuatoriano, se involucraron en la caficultura sobre el Ilamatepec. 

También hubo un consulado colombiano, atendido por Nicanor González. De hecho, ninguna otra familia de la ciudad iba a representar mejor la pujanza cafetera como la familia Álvarez Lalinde, cuyo pionero fue el famoso médico colombiano Emilio Álvarez Lalinde. Desde finales del siglo XIX, bajo la figura de su hermano, Rafael Álvarez, construyeron un imperio cafetero que se materializó con la construcción del beneficio El Molino, en las afueras de Santa Ana, que llegó a ser el más grande de Latinoamérica. El terreno que actualmente ocupa el cementerio de Santa Ana fue donado en 1896 por la familia Álvarez, quienes tuvieron una propiedad llamada así. 

El colombiano Rafael Álvarez revolucionó la caficultura de El Salvador

Santa Ana siempre ha vivido bajo el influjo de Guatemala, cuya frontera se halla a solo 20 kilómetros en línea recta. El café no solo atrajo a cortadores guatemaltecos, sino a familias distinguidas que no tardaron en integrarse en los altos círculos sociales de la ciudad, este fue el caso de Miguel y Emilio Martínez, Eusebio Cordón, Carlos Siguí y Santiago Díaz. Este último fue alcalde y planificó la construcción del famoso Casino Santaneco. En 1880, también se integró a la escena el médico forense José María Andrino.  

Otras familias de origen guatemalteco fueron los Cerna y los Sandoval. Cabe citar también a José Dutriz, un español que se dedicaba al cultivo de la grana en Chiquimula, donde vivía junto a su esposa Pilar Reffsmann, una guatemalteca de origen austriaco. En 1877, esta pareja se muda a Santa Ana buscando en el nuevo cultivo del café la reposición económica que habían sufrido con el declive de la cochinilla. 

Más tarde, en 1915, los hijos mayores del matrimonio Dutriz Reffsmann fundarían en San Salvador el que llegaría a ser el principal periódico impreso del país, La Prensa Gráfica. 

La familia Dutriz es parte de la historia de Santa Ana y del periodismo salvadoreño.

Alrededor de 1888, otro joven guatemalteco, Rafael Meza Ayau, se encamina a El Salvador, donde buscaría su autorrealización, la cual materializa luego de muchos trabajos hasta 1906, cuando funda en Santa Ana la cervecería La Constancia, que se hizo muy famosa por sus cervezas Perro, Abeja, Extracto de Malta y, sobre todo, por su Pilsener.

También era guatemalteco Felipe de Jesús Moraga, el fraile franciscano que antes de morir -en 1905- se dedicó en cuerpo y alma a esta ciudad, para la que buscó un Hospicio de Huérfanas, una de las primeras escuelas salesianas del istmo y del templo del Calvario, entre otros. 

Además de extranjeros, muchos otras familias salvadoreñas vinieron desde todo todos los rincones del país, tal fue el caso de los Batlle, Pacas y Palomo. Todos crearon redes de afectos y vínculos y redefinieron a Santa Ana. Y, en muchos casos, ampliaron el universo de todo el país. 

Imagen de la Finca Modelo a inicios del siglo XX que refleja modas europeas que calaron en esta ciudad gracias al café y los migrantes.

 

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Cultura y Academia

Por qué casi nadie sabe nada de la teoría crítica de la raza

Adquirir conocimiento conlleva un alto costo, pero sentirse moralmente superior se obtiene de gratis.

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Photo by RODNAE Productions from Pexels

James E. Hanley
American Institute for Economic Research (AIER)

En los últimos meses, los defensores de la Teoría Crítica de la Raza han dado dos historias contradictorias. Algunos nos dicen que la disputa sobre la Teoría Crítica de la Raza (TCR) en la educación K-12 (de kínder hasta bachillerato) es un “hombre de paja”, porque la TCR no es más que una sofisticada teoría legal que se enseña sólo en las facultades de derecho y en las escuelas de posgrado. Otros dicen que la TRC es la simple verdad factual sobre la historia de la raza y la política en los Estados Unidos y que los opositores conservadores están tratando de bloquear su enseñanza en las escuelas públicas.

Estas dos afirmaciones no pueden ser ciertas. Una idea compleja y sofisticada que sólo se enseña en la escuela de posgrado no puede ser al mismo tiempo una idea simple que se enseñe en las escuelas primarias y secundarias. Ni siquiera es necesario criticar la TRC para estar de acuerdo con esto. Entonces, ¿por qué se contradicen sus defensores?

En nuestra búsqueda de una razón, deberíamos buscar una explicación que sea a la vez caritativa y fundamentada. Por caritativa, quiero decir que asumimos que los defensores de la TRC no están tratando de engañar conscientemente. Por fundamento, me refiero a una explicación que se adapte fácilmente a los hechos y las teorías conocidas, sin necesidad de argumentos especiales. En conjunto, estos dos principios son la base de la “navaja de Hanlon”; este principio nos advierte de que nunca debemos suponer malicia cuando la ignorancia es una explicación adecuada.

Costes y beneficios

En el caso de la TRC, podemos explicar la confusión de sus defensores a través de la simple lente de los costes y los beneficios. Dicho en pocas palabras, adquirir conocimientos es costoso, y pensar con lógica es costoso. Pero sentirse moralmente justo o presumir de superioridad es psicológicamente valioso y se consigue a bajo coste. Al igual que cualquiera de nosotros prefiere una buena comida que no tenga que pagar, nos enfrentamos a la tentación de aferrarnos a los sentimientos de superioridad moral o intelectual sin pagar los costes de adquirir un conocimiento real y dedicarnos a pensar con detenimiento.

Empecemos por los que dicen que la teoría crítica de la raza es sólo una teoría académica de alto nivel. Se equivocan claramente, porque ninguna teoría académica influyente se queda sólo en el nivel de las facultades de derecho y de los posgrados durante décadas. Aunque la TRC se originó en las facultades de Derecho, los estudios jurídicos no están herméticamente aislados del resto del mundo académico. Algunos especialistas en ciencias sociales y humanidades encontraron las ideas de la TRC útiles para sus actividades académicas y las adoptaron. Los académicos en ciernes aprendieron estas ideas en la escuela de posgrado y las aplicaron en su propio pensamiento académico; y luego, cuando consiguieron trabajos académicos, también las aplicaron en sus cursos de pregrado.

La TCR y su banalización

No es ningún secreto que las ideas académicas sofisticadas a veces se diluyen en los cursos de grado. Así que la TRC que un estudiante aprende en un curso de Sociología o de Estudios Afroamericanos puede estar incompleta; de la misma manera que los estudiantes de grado reciben una versión incompleta de Platón o Marx. Eso no significa que no sea teoría crítica. Y si algunos de estos estudiantes de grado pasan a enseñar en escuelas primarias o secundarias, es probable que introduzcan algunas de estas ideas, probablemente de una manera aún más diluida. No necesitan incorporar la TRC como una parte formal del plan de estudios para hacerlo; ocurrirá cuando los profesores utilicen sus conocimientos previos para explicar a los alumnos los acontecimientos sociales y políticos históricos o contemporáneos.

No lo llaman teoría crítica de la raza, y puede que después de algún tiempo olviden que aprendieron una idea concreta como parte de un enfoque teórico definido y nombrado (créanme en esto; enseñé en la universidad durante veinte años), pero la idea puede estar ahí.

¿Por qué no reconocen esto los que afirman que la TRC es sólo una teoría de alto nivel de la escuela de derecho/licenciatura, especialmente porque son inteligentes y educados? Porque están envueltos en su mundo académico de alto nivel y han tenido pocas razones para prestar atención a cómo se han difundido sus ideas. Así es como funcionan los académicos. Aprender cómo se difunden y utilizan las ideas tiene un coste, pero la recompensa profesional por hacerlo es escasa o nula.

Hechos vs. significado

Así que estos académicos de alto nivel están hablando literalmente del debate político actual desde una profunda ignorancia, no sobre la TRC como teoría, sino sobre su difusión más allá de la academia. Por otro lado, al escribir sobre cómo nadie entiende correctamente la TRC excepto ellos, obtienen la recompensa emocional de la superioridad intelectual.

Por otro lado, ¿cuándo se diluye tanto una teoría que ya no es realmente esa teoría? El hecho de que algunos defensores y muchos críticos digan que lo que se enseña ahora en K-12 es Teoría Crítica de la Raza no significa que realmente lo sea. Gran parte de ella claramente no lo es. A los defensores de la TRC en los niveles académicos más bajos les gusta decir que sólo se trata de los hechos de la historia de la raza, y utilizan esa afirmación de simplicidad para sugerir que los opositores a la TRC sólo se oponen a la enseñanza sobre la esclavitud, o sobre las disparidades raciales en la policía.

Pero eso es claramente incorrecto. La TRC no podría ser una teoría académica de alto nivel si sólo fuera eso. Más bien es un enfoque teórico para explicar esa historia. No se trata sólo de los hechos, sino de una explicación teórica de cómo se produjeron esos hechos, cómo persisten y cómo el pasado sigue afectando al presente. Uno puede estar fácilmente de acuerdo con estos hechos conocidos y no ser un teórico crítico de la raza simplemente encajándolos en una estructura teórica diferente. Esta es, de hecho, la naturaleza de todos los debates teóricos: no se trata de hechos, sino de significados.

A muchos les basta estar en el “grupo correcto”

De nuevo, la ignorancia es un problema de coste. No se puede llegar a comprender profundamente la TRC sin invertir trabajo intelectual y tiempo. Pero el sentimiento de superioridad moral y política no sólo es valioso, sino que no requiere que uno soporte los costes de aprendizaje para obtener ese sentimiento. Una vez que la gente de la izquierda empezó a percibir la TRC como la forma correcta de entender la raza en Estados Unidos -y una vez que los críticos de la derecha empezaron a reforzar esa perspectiva tratándola como la última amenaza existencial para el país-, apoyar la teoría racial crítica, se entienda o no, se convirtió en algo emocionalmente gratificante. Demuestra que estás en la tribu política correcta, que eres de alguna manera superior porque te has ganado los enemigos políticos adecuados. El aprendizaje profundo y el análisis riguroso son costes innecesarios.

Por supuesto, los críticos de la TRC se enfrentan a la misma lógica de costes y beneficios. Ciertamente, algunos han asumido el coste de aprender lo suficiente sobre la TRC como para discutirla de forma significativa. Pero la mayoría no sabe más que lo que ha escuchado de los expertos conservadores. Estos críticos también obtienen la recompensa emocional de sentirse superiores a sus oponentes. Una vez que tienen esa recompensa, ¿por qué molestarse en soportar cualquier coste adicional?

No necesitamos suponer que nadie miente o tiene intención de engañar para entender por qué la batalla política sobre la TRC es tan enervantemente estúpida. Si profundizáramos, una mirada a los sesgos en el razonamiento humano nos proporcionaría una comprensión más rica de los costes de intentar sinceramente entender la TRC y cómo se utiliza o no adecuadamente en los distintos niveles de la educación. Porque, francamente, razonar de forma lógica es difícil y por tanto costoso, e incluso la mayoría de los académicos lo hacen mal la mayor parte del tiempo, y especialmente cuando se salen, aunque sea mínimamente, de su área de especialización. Y podemos aplicar estas ideas de costes, beneficios y sesgos estándar en el razonamiento humano para ver por qué la mayoría de los debates políticos son tan estúpidos como el debate sobre la teoría crítica de la raza.
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Cultura y Academia

¿Qué es el ISIS-K? Dos expertos en terrorismo hablan del grupo y de su rivalidad con los talibanes

Un atentado contra una multitud reunida en el exterior del aeropuerto de Kabul el 26 de agosto de 2021 ha dejado al menos 100 muertos; entre ellos al menos 13 soldados estadounidenses. El ISIS-K reivindicó la autoría de dicho atentado suicida.

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Un soldado afgano inspecciona una antigua cárcel del ISIS-K en la provincia de Nangarhar, al este de Afganistán. Andrew Renneisen/Getty Images

The Conversation

Un atentado contra una multitud reunida en el exterior del aeropuerto de Kabul el 26 de agosto de 2021 ha dejado al menos 100 muertos; entre ellos al menos 13 soldados estadounidenses. El ISIS-K reivindicó la autoría del atentado suicida coordinado y el asalto con armas de fuego, que se produjo apenas unos días después de que el presidente Joe Biden advirtiera de que el grupo -filial del grupo Estado Islámico que opera en Afganistán- estaba “intentando atacar el aeropuerto y atentar contra las fuerzas estadounidenses y aliadas y contra civiles inocentes.”

Amira Jadoon, experta en terrorismo de la Academia Militar de Estados Unidos en West Point, y Andrew Mines, investigador del Programa sobre Extremismo de la Universidad George Washington, han seguido la pista a ISIS-K durante años. Ambos han respondido a nuestras preguntas sobre quién es el grupo terrorista y la amenaza que supone en un Afganistán desestabilizado.

¿Qué es el ISIS-K?

La Provincia de Jorasán del Estado Islámico, también conocida por las siglas ISIS-K, ISKP e ISK, es la filial oficial del movimiento del Estado Islámico que opera en Afganistán. Así lo reconoce el liderazgo central del Estado Islámico en Irak y Siria.

El ISIS-K se fundó oficialmente en enero de 2015. Muy pronto logró consolidar el control territorial en varios distritos rurales del norte y el noreste de Afganistán; tras ello, lanzó una campaña letal en todo Afganistán y Pakistán. En sus tres primeros años, el ISIS-K lanzó ataques contra grupos minoritarios, zonas e instituciones públicas y objetivos gubernamentales en las principales ciudades de Afganistán y Pakistán.

El 2018, el grupo se había convertido en una de las cuatro organizaciones terroristas más mortíferas del mundo. Esto según el Índice de Terrorismo Global del Instituto para la Economía y la Paz.

Pero tras sufrir importantes pérdidas territoriales, de liderazgo y de efectivos ante la coalición liderada por Estados Unidos y sus socios afganos -que culminaron con la rendición de más de 1.400 de sus combatientes y sus familias al gobierno afgano a finales de 2019 y principios de 2020- la organización fue declarada, por algunos, derrotada.

¿Puede hablarnos un poco más de los antecedentes del grupo?

El ISIS-K fue fundado por antiguos miembros de los talibanes paquistaníes, los talibanes afganos y el Movimiento Islámico de Uzbekistán. Sin embargo, con el paso del tiempo, el grupo ha ido captando militantes de otros grupos.

Uno de los puntos fuertes del grupo es su capacidad para aprovechar la experiencia local de estos combatientes y comandantes. El ISIS-K comenzó a consolidar su territorio en los distritos del sur de la provincia de Nangarhar, situada en la frontera noreste de Afganistán con Pakistán. Aquí se encontraba el antiguo bastión de Al Qaeda en la zona de Tora Bora.

El ISIS-K utilizó su posición en la frontera para obtener suministros y reclutas de las zonas tribales de Pakistán. También aprovechó la experiencia de otros grupos locales con los que forjó alianzas operativas.

Hay pruebas sustanciales que demuestran que el grupo ha recibido dinero, asesoramiento y entrenamiento del núcleo organizativo del grupo Estado Islámico en Irak y Siria. Algunos expertos han situado esas cifras en más de 100 millones de dólares.

¿Cuáles son sus objetivos y tácticas?

La estrategia general del ISIS-K es establecer una “cabeza de playa” o ribera tomada para que el movimiento del Estado Islámico expanda su llamado califato a Asia central y meridional.

Pretende consolidarse como la principal organización yihadista de la región; en parte aprovechando el legado de los grupos yihadistas que le precedieron. Esto es evidente en el mensaje del grupo, que atrae tanto a los combatientes yihadistas veteranos como a las poblaciones más jóvenes de las zonas urbanas.

Al igual que su homónimo en Irak y Siria, el ISIS-K aprovecha la experiencia de su personal y las alianzas operativas con otros grupos para llevar a cabo ataques devastadores. Estos ataques se dirigen a minorías como las poblaciones afganas de Hazara y Sikh, así como a periodistas, trabajadores humanitarios, personal de seguridad e infraestructuras gubernamentales.

El objetivo del ISIS-K es crear el caos y la incertidumbre en un intento de empujar a los combatientes desilusionados de otros grupos a sus filas, y poner en duda la capacidad de cualquier gobierno gobernante para proporcionar seguridad a la población.

¿Qué relación tiene el ISIS-K con los talibanes?

El ISIS-K considera a los talibanes afganos como sus rivales estratégicos. Tacha a los talibanes afganos de “sucios nacionalistas” que sólo ambicionan formar un gobierno limitado a las fronteras de Afganistán. Esto contradice el objetivo del movimiento Estado Islámico de establecer un califato global.

Desde su creación, el ISIS-K ha tratado de reclutar a miembros talibanes afganos y ha atacado posiciones talibanes en todo el país.

Los esfuerzos del ISIS-K han tenido cierto éxito. Sin embargo, los talibanes han conseguido frenar los desafíos del grupo mediante ataques y operaciones contra el personal y las posiciones del ISIS-K.

Estos enfrentamientos se han producido a menudo junto con la potencia aérea estadounidense y afgana y las operaciones terrestres contra el ISIS-K, aunque todavía no está claro el grado de coordinación de estas operaciones.

Lo que sí está claro es que la mayoría de las pérdidas de personal y líderes del ISIS-K fueron el resultado de operaciones dirigidas por Estados Unidos y Afganistán, y de los ataques aéreos estadounidenses en particular.

¿Qué grado de amenaza representa el ISIS-K en Afganistán y para la comunidad internacional?

Al ser una organización relativamente debilitada, los objetivos inmediatos del ISIS-K son reponer sus filas y señalar su determinación mediante atentados de gran repercusión. Esto puede ayudar a garantizar que el grupo no se convierta en un actor irrelevante en el panorama afgano-pakistaní. Está interesado en atacar a los socios estadounidenses y aliados en el extranjero; pero la medida en que el grupo es capaz de inspirar y dirigir ataques contra Occidente es una cuestión que ha dividido a la comunidad militar y de inteligencia de Estados Unidos.

En Afganistán, sin embargo, el ISIS-K ha demostrado ser una amenaza mucho mayor. Además de sus ataques contra las minorías afganas y las instituciones civiles, el grupo ha atacado a los trabajadores de la ayuda internacional, los esfuerzos de remoción de minas terrestres e incluso trató de asesinar al principal enviado de Estados Unidos a Kabul en enero de 2021.

Todavía es demasiado pronto para saber cómo la retirada de Estados Unidos de Afganistán beneficiará al ISIS-K. Pero el ataque al aeropuerto de Kabul muestra la amenaza continua que supone el grupo.

A corto plazo, es probable que el ISIS-K continúe con sus esfuerzos para sembrar el pánico y el caos, perturbar el proceso de retirada y demostrar que los talibanes afganos son incapaces de proporcionar seguridad a la población.

Si el grupo es capaz de reconstituir algún nivel de control territorial a largo plazo y reclutar más combatientes, lo más probable es que esté preparado para reaparecer y plantear amenazas a nivel nacional, regional e internacional.

Amira Jadoon
Profesora adjunta del Centro de Lucha contra el Terrorismo de la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point.

Andrew Mines
Investigador del Programa sobre el Extremismo, Universidad George Washington

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Cultura y Academia

El ecologismo como religión: Descifrando a la Congregación

“En las décadas transcurridas desde el inicio del ecologismo moderno, el movimiento ha adoptado algunas de las características de una religión. Estas son: afirmaciones no respaldadas por pruebas, comportamiento abnegado para afirmar la bondad, y un enfoque en el supuesto fin de los tiempos”.

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Ryan M. Yonk y Jessica Rood | American Institute for Economic Research (AIER)

Los titulares dramáticos y las imágenes que muestran el deterioro del medio ambiente existen para exigir una acción rápida, decisiva y a gran escala. Ya vimos este enfoque en la década de 1960. En ese tiempo, las primeras crisis medioambientales hechas para la televisión mostraban aves marinas empapadas de petróleo en la costa de California. Y lo hemos visto más recientemente en vídeos deprimentes que mostraban osos polares hambrientos. Las imágenes dramáticas se han convertido en la norma cuando se habla de cuestiones medioambientales.

También vemos tendencias en la redacción de editoriales, en los debates entre grupos políticos, en el cambio de las prácticas empresariales y en las afirmaciones cada vez más eruditas que también utilizan imágenes dramáticas.

A primera vista, estas tendencias podrían indicar que el público exige una acción gubernamental drástica en materia de medio ambiente. Sin embargo, algunos estudiosos consideran que se trata de algo más que una mera demanda creciente de intervención gubernamental; de hecho, destacan las similitudes entre el ecologismo y los movimientos religiosos. Por ejemplo, Laurence Siegal afirma:

“En las décadas transcurridas desde el inicio del ecologismo moderno, el movimiento ha adoptado algunas de las características de una religión. Estas son: afirmaciones no respaldadas por pruebas, comportamiento abnegado para afirmar la bondad, (y un) enfoque en el supuesto fin de los tiempos”.

Los estudiosos han sintonizado con el celoso interés del público en general por el medio ambiente; y, lo que es más importante, con el énfasis en la acción gubernamental, para impulsar sus propios objetivos ideológicos bajo la apariencia de erudición. El objetivo último de los estudios es mitigar el cambio climático y mejorar la sostenibilidad. Sin embargo, la realidad se ve corrompida por una ideología apenas velada que se hace pasar por estudios; y eso seguramente distorsionará cualquier recomendación política útil.

El absurdo

Este fenómeno queda ilustrado por un estudio reciente que se publica en Science Daily y The Climate News Network. Los autores, Vogel et al., afirman que el mundo debe reducir el uso de energía a 27 gigajulios (GJ) por persona para mantener el aumento medio de la temperatura global en 1,5 grados Celsius, una recomendación incluida en el Acuerdo de París. Nuestra realidad actual ilustra lo descabellado de esta sugerencia. Estamos muy lejos de este objetivo; da igual si hablamos de 2012, el año elegido para este estudio, como del 2019, el año más reciente de los datos disponibles. He aquí una instantánea del consumo energético actual por persona (GJ):

A partir de estos datos, los autores emparejan lo que consideran un uso excesivo de la energía con la falta de satisfacción de las necesidades humanas básicas en todo el mundo. En su propio argumento, reconocen que entre los 108 países estudiados, sólo 29 alcanzan niveles de satisfacción de necesidades suficientes. En todos los casos en los que se satisfacen las necesidades, el país utiliza al menos el doble de los 27 GJ/cap de uso de energía sostenible; de esa forma crean un enigma tanto para quienes se preocupan por el medio ambiente como por el bienestar humano.

Los autores, sin embargo, ofrecen una solución argumentando que su investigación demuestra que una revisión completa del “régimen político-económico actual” permitiría a los países satisfacer las necesidades a niveles energéticos sostenibles. Algunas de sus recomendaciones son: servicios básicos universales, umbrales de ingresos mínimos y máximos, y mayores impuestos sobre la riqueza y la herencia.

Su solución es la miseria

Estas recomendaciones políticas no están respaldadas por la investigación. Es más, contradicen directamente un cuerpo de literatura que argumenta que el crecimiento económico, y no la redistribución gubernamental, es nuestro camino a seguir. Vogel et al. argumentan en contra de la necesidad del crecimiento económico e incluso llegan a apoyar las políticas de decrecimiento basándose en que su modelo no encuentra ninguna relación entre el crecimiento económico y la maximización de la satisfacción de las necesidades humanas y la minimización del uso de la energía.

En resumen, la solución que proponen castigaría a los países ricos. Y, por supuesto, favorecería una miseria colectiva en la que cualquier mejora medioambiental impulsada por el mercado quedaría aplastada bajo la promesa de igualdad y uso sostenible de la energía.

Por el contrario, Laurence Siegel en Fewer, Richer, Greener: Perspectivas de la Humanidad en la Era de la Abundancia y el Índice de Desempeño Ambiental (EPI) de 2020, sostiene que la prosperidad económica permite a los países invertir en nuevas tecnologías y políticas que mejoran no sólo la salud ambiental sino también el bienestar de la población. Por tanto, si queremos seguir mejorando nuestra relación con el medio ambiente y el progreso humano, debemos apoyar más el crecimiento económico y el espíritu empresarial que lo impulsa.

Pseudoacademia

Si la relación anterior entre prosperidad económica, salud ambiental y bienestar humano es así, ¿cómo pueden estos autores afirmar lo contrario? La conclusión más probable es que los autores permiten que un sesgo ideológico dirija su investigación; una afirmación que se ve respaldada por sus descripciones normativas de los países prósperos como ejemplos de obsolescencia planificada, sobreproducción y sobreconsumo, así como por la evidente demonización de los autores del ánimo de lucro.

Como demuestran Vogel et al., las cuestiones medioambientales pueden ser explotadas por el dramatismo y la naturaleza religiosa del movimiento. Por desgracia, los académicos, como Vogel et al., han aprendido a utilizar estas herramientas para convertir sus limitados hallazgos en un grito de guerra para sus propias políticas preferidas; en este caso, el socialismo a escala mundial.

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