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Opinión

¿Debería prohibirse algo en una sociedad libre?

No es una pregunta nueva, pero deberíamos replanteárnosla debido al aumento de lo que se ha prohibido, con poca conversación pública sobre las cuestiones centrales.

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Gary M. Galles | The Independent Institute

El Covid desencadenó un aumento masivo de las prohibiciones gubernamentales en Estados Unidos. A muchos se les prohibió mantener sus empresas abiertas. Muchos se vieron obligados a dejar de trabajar. Se eliminaron muchas de nuestras libertades normales de asociación y viaje. Muchos derechos -como el acceso al debido proceso o al cumplimiento de los contratos- quedaron efectivamente prohibidos. Y casi todo el mundo puede añadir algo a la lista a partir de sus experiencias.

Ese aumento vertiginoso de nuestro “disfrute” del dictado del gobierno en nuestras vidas plantea una cuestión crucial. ¿Qué deberíamos prohibir exactamente en la sociedad? No es una pregunta nueva, pero deberíamos replanteárnosla debido al aumento de lo que se ha prohibido, con poca conversación pública sobre las cuestiones centrales.

Leonard Read nos ofrece una visión de esta cuestión en su “Find the Wrong, and There’s the Right”, capítulo 4 de su Accent on the Right de 1968. La clave es centrarse únicamente en lo que estamos de acuerdo que está mal, y evitarlo, lo que preserva mucho más nuestros derechos, la libertad y la cooperación social que la imposición del gobierno y la aplicación de lo que él decide que son las “respuestas correctas”. Merece la pena recordar sus ideas.

“Aquellas acciones que son incorrectas en las relaciones sociales son las que deberíamos intentar prohibir mediante el esfuerzo personal, la educación y, como último recurso, mediante la agencia formal de fuerza organizada de la sociedad: el gobierno. Así, analizar lo que debe prohibirse es un medio de abrir a nuestra visión el infinito reino de la rectitud”.

¿Qué quiere decir Read con el “infinito reino de la rectitud”? Pregunta qué estaría prohibido si sólo nos centráramos en prohibir lo que estamos de acuerdo en que es malo. No se permitiría nada más que eso. Eso dejaría abierto un abanico mucho más amplio de posibilidades de acuerdos productivos y mutuamente aceptables que la bacanal de prohibiciones de la que acabamos de ser obligados a formar parte.

Socialista y libertario… ¿Qué es lo que realmente, en el sentido ideológico, distingue a uno de otro?… La diferencia entre el pensador socialista y el libertario es una diferencia de opinión en cuanto a lo que se debe prohibir a los demás.

El hombre… no posee ahora… instintos de no hacer: prohibiciones incorporadas. En su lugar, debe disfrutar o sufrir las consecuencias de su propia voluntad, su propio poder para elegir entre lo que está bien y lo que está mal… más o menos a merced de su propio entendimiento imperfecto y sus decisiones conscientes. El resultado de esto es que los seres humanos deben elegir las prohibiciones que observarán… la selección consciente de las prohibiciones… por miembros variables e imperfectos.

La prohibición más avanzada [es] la Regla de Oro. Tal y como está escrita originalmente… dice: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.

Mucha gente admite la solidez de la Regla de Oro, pero sólo de vez en cuando se encuentra un individuo cuya naturaleza moral se eleva hasta el punto de poder observar este no hacer en la vida diaria.

Esta persona no sólo posee un sentido de la justicia, sino que también posee su contrapartida, una conciencia disciplinaria. La justicia y la conciencia son dos partes de la misma facultad moral emergente.

No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Esta prohibición tiene más contenido del que se desprende a primera vista. Casi todo el mundo, por ejemplo, reconocerá que no existe un derecho universal a matar, robar o esclavizar, porque estas prácticas no pueden universalizarse, aunque sea por una razón superior. Pero sólo la persona que comprenda esta ética -la Regla de Oro- en su totalidad, que tenga un elevado sentido de la justicia y de la conciencia, concluirá que tal concesión le niega el derecho a quitar la vida a otro, a privar a cualquier persona de su sustento o a privar a cualquier ser humano de su libertad.

Mientras que hay muchos que estarán de acuerdo en que ellos, personalmente, no deben matar, robar, esclavizar, es sólo el individuo con una naturaleza moral de primer orden el que no tendrá mano para animar a ningún organismo -incluso al gobierno- a hacer estas cosas por él o por otros. Cualquiera que entienda el sentido de la Regla de Oro ve que no se puede escapar de la responsabilidad individual recurriendo al recurso popular de la acción colectiva.

¿Cómo ilustra la Regla de Oro la línea divisoria entre colectivistas y libertarios?

Es la diferencia de opinión en cuanto a lo que debe negarse a los demás lo que pone de manifiesto la diferencia esencial entre los colectivistas -socialistas, estatistas, intervencionistas, mercantilistas- y los de la fe libertaria. Haga un balance de lo que prohibiría a los demás y encontrará con precisión su propia posición en la alineación ideológica.

La filosofía colectivista: Nosotros -tú y yo- pertenecemos al Estado. Somos “sus” pupilos.

¿Dónde… están las prohibiciones? El programa que [alguien] favorece costaría X cientos de millones de dólares anuales. ¿De dónde salen esos millones? El Estado no tiene nada, salvo lo que le quita al pueblo. Por lo tanto, este hombre está a favor de que se nos prohíba utilizar los frutos de nuestro propio trabajo como queramos para que estos frutos se gasten como el Estado decida… [con] la fuerza policial como método de persuasión.

Esa parte de nuestros ingresos es socializada y el Estado la convierte en su uso mediante la prohibición de nuestro uso. Se deduce, entonces, que una persona impondrá prohibiciones al resto de nosotros en la medida en que apoye proyectos gubernamentales que socialicen nuestros ingresos.

Read sigue con una pequeña parte de lo que es una cornucopia de ejemplos que la gente ha aceptado como justificación para “prohibir nuestra libertad de elección”.

Son muchos los que están a favor de prohibir nuestra libertad de elección para: Pagar a los agricultores por no cultivar cacahuetes, tabaco y otros especies; Apoyar a los gobiernos socialistas de todo el mundo; Poner hombres en la luna; Subsidiar los precios por debajo del coste en el transporte aéreo, acuático y terrestre, la educación, los seguros, los préstamos de innumerables tipos; Socializar la seguridad;

“Renovar” los centros de las ciudades que los consumidores han abandonado, construir hospitales y otras instalaciones locales; Dar ayuda federal de esta o aquella variedad, sin fin.

Otra fase del socialismo es la propiedad y/o el control estatal de los medios de producción. Entre las prohibiciones existentes de este tipo están: La plantación de todos los acres de un agricultor en trigo, algodón, cacahuetes, maíz, tabaco, arroz -incluso para alimentar a su propio ganado; El abandono de un negocio a voluntad; La toma de un trabajo a voluntad; La venta de un producto propio de los ciudadanos a su propio precio, por ejemplo, la leche, el acero, y otros; La libre fijación de precios de los servicios (salarios); La entrega de correo de primera clase a cambio de una paga.

La lista de prohibiciones es interminable.

A continuación, Read nos plantea una pregunta que se hace aún más importante por la reciente ampliación de las prohibiciones del gobierno: “¿Cuál de todas las prohibiciones… implícitas en el socialismo favorece usted u otros?”

Aquellos de nosotros con una devoción libertaria, es cierto, impondrían ciertas prohibiciones a otros. Señalan con bastante acierto que no todos los individuos han adquirido una naturaleza moral lo suficientemente estricta como para observar tabúes tan fundamentalmente sólidos como “No matarás” y “No robarás”. Hay quienes quitarán la vida a otros, y quienes quitarán el sustento a otros, como los que robarán y los que conseguirán que el gobierno haga sus robos por ellos. La mayoría de los creyentes libertarios complementarían las leyes morales con leyes sociales destinadas a prohibir que cualquier ciudadano ejerza violencia sobre la persona de otro (la vida) o sobre el sustento de otro (la prolongación de la vida). Así, prohibirían o al menos penalizarían el asesinato, el robo, el fraude, la falsedad.

En resumen, inhibirían o prohibirían las acciones destructivas de todos y cada uno, ¡y eso es todo! Afirma el libertario: “Elige libremente cómo actuar de forma creativa, productiva, porque esto está en el ámbito de lo correcto. No tengo ningún deseo de prohibirte a ti o a otros en este sentido. No tengo ningún deseo de prohibirte a ti o a los demás en este sentido, salvo que tú o los demás nos impidan actuar de forma creativa, productiva a nosotros mismos, es decir, como elijamos libremente. Y no clasifico ninguna acción creativa como una acción incorrecta”.

El libertario, en su esperada prohibición de las acciones destructivas, no violenta la libertad de nadie más… No debemos, por tanto, pensar que la libertad se restringe cuando se prohíben el fraude, la violencia y otras acciones similares, ya que estas acciones destructivas violan la libertad de otros y, por tanto, no están en la composición de la libertad. Las acciones destructivas son la negación de la libertad… Un libertario consumado nunca prohibiría la libertad de otro.

Ahí lo tenemos: los colectivistas a ultranza en un extremo del espectro ideológico que prohibirían por completo la libertad individual y, en el otro extremo del espectro, los libertarios cuyas prohibiciones no se oponen a la libertad individual sino que la apoyan. Y sus prohibiciones son pocas y tan simples como los dos mandamientos contra los atentados a la vida y a los medios de subsistencia.

El libertario… observando que las fragilidades humanas son universales, se resiste a detener el proceso evolutivo que es la última prohibición implícita en los esquemas autoritarios… ¿cómo puede mejorar la situación humana si se nos prohíbe crecer más allá del nivel de las imperfecciones del prohibicionista?

Las facultades humanas pueden florecer, el hombre puede avanzar hacia su destino creativo, sólo si es libre de hacerlo; en una palabra, donde prevalece la libertad.

¿Qué hay que prohibir? Las acciones que perjudican la libertad. Encontrémoslas y deshagámonos de ellas, porque están mal.

Leonard Read expuso el enorme abismo que existe entre las pocas prohibiciones -de lo que todos estamos de acuerdo que está mal- necesarias para la libertad y la panoplia de prohibiciones que ya formaban parte del colectivismo impuesto hace más de medio siglo. Las prohibiciones añadidas desde entonces han limitado aún más nuestro poder para tomar nuestras propias decisiones. Pero su expansión exponencial bajo la bandera del Covid ha multiplicado esa brecha, haciendo que la cuestión sea aún más importante. No sólo tenemos que reconocer y oponernos a nuevas incursiones en nuestra autodeterminación desde donde nos han arreado, sino que también debemos aplicar nuestra comprensión para, en primer lugar, hacer retroceder lo que nunca debería haber pasado por encima de nosotros.

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Opinión

Del 11 de septiembre al COVID-19: Veinte años de terror

Hemos permitido que el terror se apodere de nosotros. Una y otra vez, hemos dejado que el gobierno utilice el terror para manipularnos y que renunciemos a nuestras preciosas libertades a cambio de la promesa de seguridad.

Publicado

en

Dan Sanchez | Foundation for Economic Education (FEE)

El 11 de septiembre de 2001, yo tenía pocos meses de haber salido de la universidad. Fue mi madre quien me alertó de los ataques terroristas de ese día.

“Oh, mijo, nos han atacado”, me dijo por teléfono. No sabía de qué estaba hablando, pero esas tres palabras – “nos han atacado”- fueron lo suficientemente claras como para desencadenar una respuesta instintiva de temor.

Después de comprobar las noticias, el temor se convirtió en un terror incipiente. Al menos en lo que a mí respecta, los terroristas habían cumplido su misión.

Entonces me invadió otra emoción. Mientras veía la nueva cobertura y una serie de funcionarios del gobierno daban anuncios, me agité. No quería escuchar a estos lacayos.

“¿Dónde está el presidente?”

Sentí que había vuelto a ser un niño asustado que ansiaba ver a su padre. Y en ese momento, George W. Bush (de entre todas las personas) era mi padre.

Cuando finalmente lo vi, me sentí reconfortado. Luego el consuelo dio paso a la exultación cuando vi las imágenes en las que se dirigía a una multitud junto a los escombros de las torres del World Trade Center.

Después de que alguien de la multitud gritara “No te oigo”, Bush gritó a través de su megáfono: “¡Yo sí te oigo! ¡El resto del mundo te oye!… ¡La gente que derribó estos edificios nos oirá a todos pronto!”.

No voté por él en las elecciones de 2000, pero después del 11-S, estaba en el equipo Bush. Y no fui el único. Tras los atentados del 11-S, los índices de aprobación de Bush saltaron del 51% al 90%.

Como muchos otros, apoyé las iniciativas de “seguridad nacional” de su administración. Y aunque era demasiado cobarde para arriesgar mi propia vida, estaba más que dispuesto a apoyar que otros estadounidenses se pusieran en peligro en Afganistán e Irak.

Reunirnos en torno al Estado de Guerra

Más tarde, me enteré de que lo que experimenté el 11 de septiembre se ha llama el “efecto de concentración alrededor de la bandera”. Wikipedia lo define como “un concepto utilizado en la ciencia política y las relaciones internacionales para explicar el aumento del apoyo popular a corto plazo del gobierno de un país o de sus líderes políticos durante períodos de crisis internacional o de guerra”. El concepto se asocia principalmente con el politólogo John Mueller, que lo propuso en 1970.

Pero en 1918, Randolph Bourne se anticipó a la teoría cuando escribió que “la guerra es la salud del Estado”.

En tiempos de guerra, la unidad nacional se vuelve primordial. Esto se debe, como explica Bourne, a que la tendencia humana “a conformarse, a unirse… es más poderosa cuando la manada se cree amenazada por un ataque. Los animales se agrupan para protegerse, y los hombres son más conscientes de su colectividad ante la amenaza de guerra. La conciencia de colectividad aporta confianza y un sentimiento de fuerza masiva, que a su vez despierta la pugnacidad y la batalla está en marcha”.

El individuo amenazado busca esta fuerza masiva a través de la devoción al Estado, que Bourne define como “…la organización de la manada para actuar ofensiva o defensivamente contra otra manada organizada de forma similar. Cuanto más aterradora sea la ocasión de defenderse, más estrecha será la organización y más coercitiva la influencia sobre cada miembro de la manada.”

Para lograr la unidad, el espíritu bélico exige conformidad. De hecho, los disidentes contra la guerra fueron blanco de intensas críticas tras el 11-S.

“La guerra”, continuó Bourne, “envía la corriente de propósito y actividad que fluye hacia los niveles más bajos de la manada, y hacia sus ramas remotas. Todas las actividades de la sociedad se vinculan lo más rápidamente posible a este propósito central de hacer una ofensiva militar o una defensa militar, y el Estado se convierte en lo que en tiempos de paz ha luchado vanamente por llegar a ser: el árbitro inexorable y el determinante de los negocios y las actitudes y opiniones de los hombres.”

Desde el momento en que escuché “nos atacaron”, manada contra manada se convirtió en mi paradigma dominante. En las garras del terror, era la manada y la guerra uber alles. Me uní a la bandera, al presidente, al Estado y a la guerra. Y apoyé la potenciación masiva del gobierno a costa de las libertades y los derechos humanos de los estadounidenses.

Así lo hicieron millones de otros estadounidenses, y el gobierno de EE.UU. explotó ese “mandato” al máximo, librando una “Guerra Global contra el Terror” que destruyó las vidas de cientos de miles de personas en el extranjero y pisoteó las libertades de millones de personas en el país, para finalmente comenzar a concluir veinte años después en el desastre y la desgracia.

Pero el daño abarcó incluso más que eso.

La era del terror

La Guerra Global contra el Terrorismo marcó la pauta de la respuesta a las crisis durante los siguientes veinte años. Cada vez que el público se ve retraumatizado por un nuevo susto (como la crisis financiera de 2008 o la crisis COVID que estamos viviendo ahora), responde acudiendo aterrorizado a los brazos del gobierno.

De hecho, como demostró Robert Higgs en su libro Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American Government, la historia demuestra que no es sólo la guerra lo que alimenta al Estado, sino cualquier crisis lo suficientemente grande y aterradora.

Por eso los gobiernos están tan dispuestos a instigar, exacerbar y perpetuar las guerras y las crisis.

Como escribió F.A. Hayek, “Las ’emergencias’ siempre han sido el pretexto con el que se han erosionado las salvaguardias de la libertad individual, y una vez que se suspenden no es difícil para cualquiera que haya asumido los poderes de emergencia asegurarse de que la emergencia persista”.

La emergencia COVID ha sido el pretexto para que las libertades económicas y civiles sean, no sólo erosionadas, sino barridas en masa por medidas autoritarias como los bloqueos y los mandatos de vacunación. Y una vez más, la gente se está “reuniendo en torno a la bandera” y renunciando a la libertad por la promesa de seguridad (salud pública). Y los gobiernos están haciendo todo lo posible para prolongar el estado de emergencia mediante una propaganda alarmista infundada (y a menudo desquiciada).

Gran parte de la población ha sido azotada con tal frenesí por el virus que clama para que el gobierno se haga con poderes dictatoriales aún mayores, especialmente para perseguir a los inconformistas: mediante la censura y cosas peores. La epidemia de terror está engendrando un pie de guerra hacia los compatriotas. Muchos están llegando a ver a “los no vacunados” como una población enemiga que debe ser relegada al estatus de ciudadanos de segunda clase y desterrada en gran medida de la sociedad con el fin de coaccionarlos para que se conformen. Esta odiosa orientación ha sido incluso explícitamente incitada por la retórica divisiva del presidente Biden.

La crisis es la salud del Leviatán. Y la guerra es la salud del Estado.

Romper el ciclo

Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron actos de una maldad indescriptible. Las vidas arrebatadas fueron tragedias terribles. Pero la maldad y la tragedia del 11 de septiembre sólo se agravaron muchas veces por la forma en que reaccionamos entonces y desde entonces.

Hemos permitido que el terror se apodere de nosotros. Una y otra vez, hemos dejado que el gobierno utilice el terror para manipularnos y que renunciemos a nuestras preciosas libertades a cambio de la promesa de seguridad.

Y sin embargo, nuestros protectores ávidos de poder nunca parecen cumplir esa promesa. Tanto la Guerra Global contra el Terrorismo como la Guerra Global contra el COVID han demostrado ser fracasos abyectos.

Si seguimos así durante mucho tiempo, no nos quedará ninguna libertad a la que renunciar. En ese escenario, ninguno de nosotros (y ninguno de nuestros descendientes) estará a salvo de nuestros “protectores”.

Entonces los terroristas habrán ganado de verdad.

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Opinión

De la resistencia a la reconstrucción nacional

El gobierno de Bukele ha llegado a su fin. Cavó su tumba entre la irrupción militar a la Asamblea Legislativa y la “Billetera-CHIVO-bitcoin”. La resistencia ciudadana debe transformarse en un proyecto de reconstrucción y reconciliación nacional de la más amplia participación.

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Tras el asalto militar -en febrero 2020- de Nayib Bukele en la Asamblea Legislativa, las primeras voces individuales y colectivas de resistencia ciudadana emergieron de inmediato. Días después, Congresistas europeos y estadounidenses expresaron su preocupación por este hecho gravísimo que rompía los Acuerdos de Paz.

Fue el principio de una camándula de violaciones a la Constitución. Bukele asumió su triunfo electoral legislativo como el aval para la concentración de poder y no como una histórica oportunidad para fortalecer el proceso democrático. El “Golpe del 1 de Mayo” retrató su ansia absolutista, exhibiendo su desprecio a una ciudadanía responsable con la Democracia y en interacción con la comunidad internacional sobre la base de los tratados y convenios de los que El Salvador es Parte.

La pandemia es el gran telón de fondo.Un estudio realizado por investigadores del INCAE y la City University of New York reveló que Bukele habría ocultado hasta el 90% de los fallecimientos por COVID-19. La revista inglesa The Economist reveló que durante la pandemia el exceso de fallecimientos en el país era de al menos el 500% respecto a la etapa previa al coronavirus.

Tan delicado es el patrón de compras anómalas e irregulares -US$ cientos de millones robados o despilfarrados- que optaron por encubrir la corrupción con el “Decreto Alabí” (05/05/2021), un candado para bloquear pesquisas tras haber destituido ilícitamente al Fiscal General y a Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, y nombrado a sustitutos espurios.

La “Billetera CHIVO” con el bitcoin -un activo digital utilizado para lavar dinero, incluso por organizaciones terroristas- ha coronado este patrón de corrupción. Inventan una sociedad anónima a la que desvían millonarios recursos públicos y préstamos internacionales que el pueblo pagará temprano o tarde. En la operación CHIVO involucran hasta empresas eléctricas.

Finalmente, las revelaciones sobre un pacto de nuevo cuño entre gobierno y crimen organizado y las maras, es algo devastador para la confianza. Visitas de comitivas enmascaradas del gobierno al reclusorio de máxima seguridad y a hospitales públicos donde atienden a estos presos especiales, ponen la interrogante en el centro: ¿Cómo se le puede servir al pueblo desde la voracidad por apropiarse de los recursos públicos a toda costa?

La multicolor resistencia ciudadana emitió numerosas alertas de que estaban llevando al país al abismo, hoy estamos en el fondo de la barranca. Por ello, a partir de las marchas de este 15 de septiembre, en consuno con los 200 años del Acta de Independencia, la resistencia debe transformarse en un proyecto de reconstrucción y reconciliación nacional de la más amplia participación. Son 15 o más invitaciones a marchar, entre redes sociales, ciudadanos, gremios, estudiantes universitarios, organizaciones sociales, sector productivo, Colegio Médico.

1821 se incubó en la Intendencia de San Salvador desde el primer grito de 1811. Los historiadores -como la Dra. Elizet Payne- han descubierto que 1811 fue una genuina protesta comunal con el horizonte claro de romper los vínculos con España para dar vida a la libertad, la dignidad y la independencia: “No hay Rey, no se pagan tributos”, fue la principal consigna de nuestros sansalvadoreños.

La insurrección fue neutralizada bajo botas militares y conspiraciones, pero no aniquilada. El descontento retornó con fuerza como en 1814. Unas fuentes refieren que los rebeldes suscribieron y diseminaron la “Carta de San Salvador a los Pueblos”.

La iluminación de hace 200 años nos hace ver que Bukele ha cavado su propia tumba política: comenzó a cavar al irrumpir en la Asamblea Legislativa, su última palada es la “Billetera CHIVO-bitcoin”; su gobierno inepto, sin proyectos ni transparencia ha llegado a su fin. Y aunque el relevo formal sea el 2024, las voces colectivas e individuales más capaces y honestas deben orientar la reconstrucción y reconciliación nacional, forjar una nueva “Carta de San Salvador”, y ser los interlocutores responsables y legítimos ante el mundo civilizado.

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Opinión

Las raíces totalitarias de los mandatos de vacunación

El fin de la pandemia no requiere que sigamos a los colectivistas, sino que seamos libres de considerar diferentes perspectivas y descubrir, en el curso de un proceso social no coaccionado, lo que realmente funciona.

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Photo by Thirdman from Pexels

Barry Brownstein | American Institute for Economic Research (AIER)

En el transcurso de la pandemia, los principios de lo que significa una sociedad libre están siendo redefinidos por los colectivistas.

Considere este ensayo, ¿Los mandatos de vacunación COVID no promueven realmente la libertad? Los especialistas en ética médica Kyle Ferguson y Arthur Caplan sostienen que “quienes se oponen a tomar medidas contra los no vacunados se equivocan”. Ferguson y Caplan están seguros de que sus oponentes tienen una “visión errónea de la libertad”. Argumentan que “los pasaportes y los mandatos no son “tácticas de mano dura”. Estas estrategias se ven mejor como inductores de la libertad. Traen consigo la libertad en lugar de mermarla”.

Y añaden: “una campaña de vacunación contra el COVID-19 que tenga éxito nos liberará -como individuos y como colectivo- de las insensibles garras de una pandemia que no parece tener fin”. El “Partido” de Orwell proclamaba en 1984 que “la libertad es la esclavitud”. Ferguson y Caplan se acercan a argumentar que “La esclavitud es la libertad”.

Ferguson y Caplan aseguran que la visión ilustrada del “individuo sin ataduras” está anticuada. Quieren reimaginar la libertad como algo comunitario, empezando por “la participación del individuo en una comunidad y el tipo de comunidad en la que vive el individuo”. Desarrollan su argumento:

“En este caso, la libertad es comunitaria y no individualista. Y en lugar de estar desvinculados, los individuos de la comunidad libre están vinculados por y a los demás. La libertad comunitaria logra mucho más de lo que el individuo sin ataduras podría lograr. Crea nuevas posibilidades y amplía nuestros horizontes. La vida mejora cuando nuestra comunidad es libre porque podemos participar en la libertad comunal y en los bienes que crea”.

Quieren llevarnos al futuro con Rousseau como guía:

“Esta visión de la libertad es como la de Rousseau: Una sociedad se hace libre mediante la cooperación de los individuos, vinculándose entre sí y en la búsqueda racional de objetivos comunes. Desde esta perspectiva, los mandatos de las vacunas y otras “tácticas de fuerza” inducen la libertad en lugar de restringirla”.

Seducidos por el bien común

Para algunos, las visiones floridas del bien común siempre han sido seductoras. En Camino de servidumbre, Friedrich Hayek observa que incluso las personas bien intencionadas se preguntarán: “Si es necesario para alcanzar fines importantes, ¿por qué no debería el sistema ser dirigido por personas decentes para el bien de la comunidad en su conjunto?”

Hayek cuestiona la creencia axiomática de que los sabios pueden decir a los demás cuál es el bien común. Explica por qué no existe el bien común: “El bienestar y la felicidad de millones de personas no pueden medirse en una única escala de menos o más. El bienestar del pueblo, al igual que la felicidad de un hombre, depende de un gran número de cosas que pueden proporcionarse en una infinita variedad de combinaciones.”

El historiador James Macgregor Burns, ganador del Premio Pulitzer, relata en su libro Fuego y Luz cómo las ideas de Rousseau sobre la voluntad general condujeron a la brutalidad de su discípulo Robespierre. Al igual que Hayek, Burns explica que no puede haber acuerdo sobre lo que es el bien común. Pretender gobernar por el bien común conduce inevitablemente a los excesos. Robespierre y los otros once hombres que formaban el Comité de Seguridad Pública gobernaron Francia con “poder ilimitado” y “terror”.

Burns explica lo que Rousseau no entendió: “El conflicto pacífico y democrático [es] crucial para el logro de la libertad”. En cambio, Rousseau imaginó, como Ferguson y Caplan “una nueva sociedad llena de buenos ciudadanos… trabajando desinteresadamente y con idéntica mente por el bien común”.

Las ideas de Rousseau son mantras para los censores. En el mundo de Rousseau, no habría los molestos “largos debates, disensiones y tumultos” que impiden la aplicación del bien común.

El Dr. Fauci está seguro de que tiene razón, y ya está harto de que los que toman decisiones diferentes a las suyas se orienten: “Respeto la libertad de la gente, pero cuando se trata de una crisis de salud pública, que ya llevamos más de un año y medio, ha llegado el momento, ya es suficiente”. No ocultemos que Fauci quiere decir claramente que respeta la libertad de las personas para hacer lo que les dice.

El derecho humano básico de decidir “lo que entra en tu cuerpo” se está invirtiendo ahora.

Usted debe tomar todas las vacunas que el Dr. Fauci y Pfizer consideren necesarias. Ellos -no usted- decidirán los parámetros de su libertad, con Ferguson y Caplan animándolos. Esté tranquilo: como Robespierre, las falibles decisiones del Dr. Fauci, los políticos, los burócratas y los compinches son por “el bien común”.

Con la libertad redefinida, no habrá necesidad de asumir la responsabilidad personal de sus decisiones en materia de salud. Hay que acabar con los que no siguen las directrices oficiales. Prohibirles viajar, ir a la escuela y trabajar. En la visión rousseauniana de Ferguson y Caplan, la sociedad se limita a expulsar a los que no se arrodillan ante lo que se proclama el bien común.

La mentalidad jacobina arrogante

Burns explica que los líderes que operan desde la mentalidad del bien común tienen la “convicción absoluta” de que tienen razón. Burns explora la Revolución Francesa al relatar la tiranía totalitaria de los jacobinos: “Los jacobinos creían que sólo ellos comprendían la voluntad general del pueblo francés, por lo que tenían la razón moral”.

Y Burns continúa: “La oposición se consideraba no sólo errónea, sino malvada y traidora y, por tanto, castigable. Incluso letalmente. Los jacobinos afirmaban el monopolio de la virtud, lo que significaba para ellos una licencia para matar a los que defendían otros valores.”

Hoy en día, los jacobinos de la salud no sostienen que se deba matar a los no vacunados, pero algunos sostienen que se debe privar a los no vacunados de la asistencia sanitaria.

En su ensayo seminal, “Individualismo: Verdadero y falso”, Hayek contrasta el verdadero individualismo y el falso individualismo de filósofos como Rousseau.

El verdadero individualismo “es producto de una aguda conciencia de las limitaciones de la mente individual que induce una actitud de humildad hacia los procesos sociales impersonales y anónimos por los que los individuos ayudan a crear cosas más grandes que ellos mismos”. Por el contrario, el falso individualismo “es el producto de una creencia exagerada en los poderes de la razón individual y de un consecuente desprecio por todo lo que no ha sido conscientemente diseñado por ella o no es plenamente inteligible para ella.”

Cuando Ferguson y Caplan escriben: “La libertad es comunitaria y no individualista”, expresan, en palabras de Hayek, “el más tonto de los malentendidos comunes”.

La adopción de tales ideas, explica Hayek, ha sido “una fuente del socialismo moderno”.

El error cometido por los apologistas del colectivismo es “la creencia de que el individualismo postula (o basa sus argumentos en la suposición de) la existencia de individuos aislados o autocontenidos, en lugar de partir de hombres cuya naturaleza y carácter enteros están determinados por su existencia en sociedad.”

Este falso individualismo de Rousseau y otros supone que “todo lo que el hombre logra es el resultado directo de la razón individual y, por tanto, está sujeto a ella.”

Haciéndose pasar por las personas que mejor razonan, Ferguson y Caplan, en palabras de Hayek, “pretenden ser capaces de comprender directamente conjuntos sociales como la sociedad”.

La explicación de Hayek sobre el “verdadero individualismo” es el antídoto para esa arrogancia. El enfoque de Hayek es “antirracionalista” y “considera al hombre no como un ser altamente racional e inteligente, sino como un ser muy irracional y falible, cuyos errores individuales sólo se corrigen en el curso de un proceso social, y que pretende sacar lo mejor de un material muy imperfecto”.

Nunca podremos sacar lo mejor de un “material imperfecto” cuando se permite a quienes se hacen pasar por poseedores de conocimientos superiores coaccionar a los demás. Hayek escribe: “Lo que el individualismo nos enseña es que la sociedad es mayor que el individuo sólo en la medida en que es libre. En la medida en que es controlada o dirigida, está limitada a los poderes de las mentes individuales que la controlan o dirigen”.

En otras palabras, elija ser dirigido por el poder limitado de la mente del Dr. Fauci o elija el poder virtualmente ilimitado e impredecible de una sociedad libre.

Pongamos esto en orden. Los colectivistas de la salud, que se comportan como jacobinos, están seguros de que hay un único camino mejor; se creen el árbitro de la verdad. Revestidos con los santos ropajes del augur del bien común, no pueden tolerar la disidencia. El fin de la pandemia no requiere que sigamos a los colectivistas, sino que seamos libres de considerar diferentes perspectivas y descubrir, en el curso de un proceso social no coaccionado, lo que realmente funciona.

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